Cuando los alumnos de 3º de Infantil del colegio público Ramiro Soláns de Zaragoza regresan del recreo, se sientan en el suelo del aula formando un círculo. Adoptan la postura del loto, cierran los ojos, respiran hondo y elevan las palmas de las manos al estilo hindú mientras cantan un mantra que dice: «Sa, re, sa, sa. Sa, re, sa, sa». Suena el sitar. En la pizarra digital, una flor abre y cierra sus pétalos desde YouTube. Nazaret, Rayan y Emilia tienen sólo cinco años, pero mantienen la concentración como yoguis experimentados.
– ¿A qué nos está ayudando esta canción? -La maestra, Noelia Pes, les pregunta con voz muy suave.
– A estar tranquilos y relajados -responde la pequeña Ainara.
– ¿Y, si estamos relajados, qué podemos hacer?
– Trabajar bien, estar calladitos, portarnos bien con la profe y con todos los demás, no pegar.
En esta escuela del humilde barrio de Oliver, todos y cada uno de los 200 niños practican mindfulness con los profesores durante 15 minutos cada día después de subir del patio. Llevan tres cursos utilizando esta herramienta que tiene su origen en la meditación budista, pero sin sus connotaciones religiosas. El mindfulness o atención plena va de tomar consciencia del tiempo presente, atendiendo a pensamientos, emociones y sensaciones corporales con una actitud de curiosidad, interés y aceptación. Sin juzgar. Disfrutando del aquí y ahora. Aceptando la realidad tal cual es.
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